Simone de Beauvoir: La escritura como proyecto global

Por: Daniela Estefanía Ayala Córdova*

Lic. en Filosofía

*Currículum vitae:

Daniela Estefanía Ayala Córdova es Licenciada en Filosofía por el Instituto de Filosofía; actualmente se desempeña como docente de dicha institución impartiendo las materias de Metodología para la elaboración y comprensión de textos en la modalidad presencial de la Licenciatura; mientras que, ha colaborado con las asignaturas de Didáctica de la Filosofía y Antropología Filosófica en la modalidad no escolarizada. Es miembro del equipo coordinador y moderador del proyecto Ágora Café Filosófico.

Resumen:

El siguiente artículo presenta de manera breve las líneas generales que integran y caracterizan el proyecto de escritura de Simone de Beauvoir, de la mano de la denominación que le ha otorgado la Dra. Olga Grau Duhart: “escritura como proyecto global”, con el fin de posibilitar una mejor lectura e interpretación de las múltiples obras de Beauvoir que revelan un entretejimiento de ideas, conceptos, problemas y planteamientos a través de un modo de escritura que difumina los límites definitorios existentes entre la literatura y la filosofía.

Palabras clave:

Escritura como proyecto global, literatura, filosofía, existencialismo

 Abstract:

The following article briefly presents the general lines that integrates and characterizes the Simone de Beauvoir’s writing project, attending to the denomination given to it by Dr. Olga Grau Duhart: «writing as a global project», in order to enable a better reading and interpretation of the multiple works of Beauvoir that reveals an interweaving of ideas, concepts, problems and approaches through a mode of writing that diffuses the defining boundaries between literature and philosophy.

Key words:

Writing as a global project, literature, philosophy, existentialism

Simone de Beauvoir:

La escritura como proyecto global[1]

El siguiente texto versa sobre el pensamiento de una de las figuras femeninas que goza de mayor mención en el ámbito filosófico, pero cuya obra, por múltiples motivos, tiende a ser desconocida en su amplia extensión. Nos referimos a Simone de Beauvoir: filósofa existencialista francesa nacida en París en el año 1908 y fallecida en la misma ciudad en el año de 1986.

Al preguntarnos quién ha sido Simone de Beauvoir para valorar su relevancia en el marco filosófico, casi de inmediato será representada como una importante teórica del feminismo del siglo XX por su obra El segundo sexo publicada en 1949; difícilmente se omitirá la alusión de la pensadora como “la compañera de vida de Jean-Paul Sartre” y, en este sentido, como una importante difusora y defensora del existencialismo; pero, no estaríamos dando cuenta del trabajo de Beauvoir en su debida forma al olvidar referirla como una escritora inquieta comprometida con la reflexión filosófica de la existencia, a través de su obra plasmada en diversos géneros: carta, relato breve, novela, escrito autobiográfico y ensayo.

Dando lectura detenida a la producción escrita de Simone de Beauvoir así como a los comentaristas de su obra, podremos encontrar una serie de ideas esclarecedoras e interesantes para releer sus textos y ofrecer una mejor interpretación del significado de los mismos. En este tenor, la expresión “escritura como proyecto global” que aparece en un artículo de Olga Grau[2] dentro del libro Simone de Beauvoir en sus desvelos, resulta idónea para delimitar su pensamiento.

¿Cómo entender la expresión “escritura como proyecto global”? Para ello, debemos pensar en la escritura de Beauvoir como una construcción vital, como un esquema que logra conferir de transversalidad a los diferentes géneros de escritura por medio de problemas comunes, conceptos coincidentes que se reformulan y se amplían en la producción de sus variados textos. Simone de Beauvoir optó decididamente por emprender un trabajo de escritura que difuminó, en gran medida, los límites definitorios de la filosofía y la literatura para forjar un canal personal de análisis y de expresión de la existencia; a la vez que, buscó comunicar a sus lectores la necesidad de pensar la vida en sus dimensiones más concretas. Esta búsqueda llegó a su cumplimiento gracias a la materialización de la singularidad de las experiencias vitales que nos interpelan a través sus textos y a la revelación de lo general, o lo universal, que puede existir en tales experiencias narradas.

Para analizar con mayor detenimiento cómo la escritura se constituye un proyecto global en Simone de Beauvoir, vemos necesario que nuestra exposición atraviese por tres momentos: el primero de ellos será una consideración general de la tensión entre la filosofía y la literatura, de la cual, la misma Beauvoir da cuenta en sus memorias; el segundo momento constará de una caracterización de las peculiaridades que encontramos en los textos de Simone, permitiéndonos atisbar la especificidad de su obra al leerla desde sí misma, esto es, teniendo por clave de lectura la tarea de escribir y no única ni necesariamente un posicionamiento feminista, o bien, una suerte de comentario literario de las ideas y conceptos de Jean-Paul Sartre, que son las improntas con las que suele ser leída. Finalmente, daremos cuenta de cómo la escritura en diversos géneros literarios integra una unidad con un sentido compartido para Simone: forjar un canal para la el escrutinio de la propia existencia, a la vez que invita al lector a emprender la tarea de vivir haciéndose cargo de la libertad que se posiciona siempre dentro de una situación.

  1. Filosofía y literatura, las inquietudes de Simone de Beauvoir:

Para dar cuenta del desempeño que Simone de Beauvoir tuvo dentro del campo filosófico, retomaremos un par de notas biográficas de sus años de formación que sirven para integrar un marco contextual y de intencionalidad dentro de su trayectoria. Es bien sabido, de manera anecdótica, que André Herbaud apodó a Simone “Castor” y junto con el grupo de amigos de Sartre reprodujo el sobrenombre haciendo un juego de palabras entre el apellido Beauvoir y la palabra beaver en inglés, bajo la consideración de que la joven estudiante poseía espíritu un constructivo, una mente organizada y disfrutaba andar en grupo.

Beauvoir estudió filosofía en la Sorbona en el periodo que va de 1926 a 1928; al finalizar sus estudios, se preparó para competir por la agregación en 1929 donde obtuvo el segundo lugar, quedando detrás de Jean-Paul Sartre, quien presentaba la prueba por segunda ocasión. El examen por la agregación era una competencia ardua por medio de la cual las universidades seleccionaban a sus futuros profesores.

A partir de la recapitulación de estas notas biográficas, podemos inferir que Simone gozaba de una inteligencia vivaz y una curiosidad exhaustiva que le posibilitaba comprender con facilidad y buen grado de disfrute las obras de distintos pensadores de la historia de la filosofía, entre los cuales perfilaron: Platón, Leibniz, Schopenhauer, Nietzsche, Bergson[3], como sus autores de cabecera a lo largo de sus estudios universitarios.

En la obra Memorias de una joven formal Simone narra su interés por la filosofía al momento de seleccionarla como área de profesionalización entre otras posibilidades disponibles:

Nunca me habían gustado los detalles, veía el sentido global de las cosas más que sus singularidades y prefería comprender a ver; yo siempre había deseado conocerlo todo; la filosofía me permitiría alcanzar ese deseo, pues apuntaba a la totalidad de lo real, se instalaba en seguida en su corazón y me revelaba, en vez de un decepcionante torbellino de hechos o de leyes empíricas, un orden, una razón, una necesidad. Ciencias, literatura, todas las otras disciplinas me parecieron parientes pobres.[4]

No será la primera ocasión en la que atisbemos las inclinaciones de Beauvoir por un modo de reflexión que permita capturar ideas de orden general, conceptos que puedan nombrar y describir diferentes segmentos de la realidad, así como englobar experiencias. La filosofía se mostraba para ella como el espacio para saciar la inquietud de orden, de razonabilidad y de necesidad que no siempre resulta evidente.

Ahora bien, al dar lectura de La plenitud de la vida, que constituye el segundo tomo de memorias de Simone de Beauvoir, resulta motivo de admiración el contraste entre el anhelo juvenil por estudiar filosofía y la posterior valoración de la autora, quien remembrando su vida adulta afirma: “[…] no me consideraba una filósofa; sabía muy bien que mi desenvoltura para entrar en un texto venía precisamente de mi falta de inventiva.”[5] Si damos seguimiento a la narración de Simone en este tomo de memorias, podremos entender que ella se reconoce mérito como lectora o receptora de las teorías, los posicionamientos y los tratados filosóficos; algunos pensadores cercanos a su círculo también la posicionaban dentro del horizonte de la reflexión filosófica; incluso Sartre admiraba su habilidad para comprender y acoger las ideas de los autores que leía.

¿Entonces, por qué Beauvoir no llega a considerarse filósofa? La filosofía, según las cavilaciones de nuestra autora, exigía de los “espíritus creadores” la generación de un sistema y el empecinamiento en que sus premisas, argumentos y posturas poseen, de manera efectiva, el valor de claves universales para leer los fenómenos que integran la realidad. Beauvoir no se considera incapaz del ejercicio, sino que no está tentada a ensayar esta vía de análisis de los problemas e intereses que le sobrecogen.

Si bien, para Beauvoir era fundamental atisbar lo común que pueden tener las experiencias, es decir, pensar en el orden de lo abstracto y lo universal; había un rubro de verdades que quedaban sin pronunciarse al emprender el camino de la reflexión hacia la abstracción. Dichas verdades, a su parecer, solo podían expresarse a través de la literatura, que nos permite, en palabras de la autora: “[…] indicar los horizontes que no tocamos, que apenas vemos y que, sin embargo, están ahí.”[6] De suerte que, renunciar al nombramiento de filósofa es una opción para justificar el hacerse de otros recursos como vía de expresión de un pensamiento vivo.

Dentro de este escenario, la literatura no figuraría como una renuncia al anhelo de lo común, lo compartido o lo que trasciende los límites de la individualidad; pero, sería un vehículo más atinado para no prescindir de otro de los grandes intereses de Beauvoir: lo singular, lo particular, el sentido vivo que se encarna en el devenir de la existencia y que no admite ser enclaustrado en la severidad de los conceptos que reposan en obras separadas de lo que acontece.

La tarea o encomienda de la literatura, de acuerdo con nuestra autora, sería salvaguardar el sentido encarnado, los más hondos rasgos de la singularidad de la existencia que, a pesar de ser algo que pertenece a los individuos y que despliegan con transparencia los senderos comunes de la condición humana. Por esta razón, Beauvoir se servirá tanto de la autobiografía como de las novelas y los relatos para emprender un proyecto de escritura que mantendrá, a lo largo de sus manifestaciones, la tensión entre las posibilidades comunicativas de la literatura y de la filosofía.

Ahora que hemos dado cuenta del entramado entre filosofía y literatura que se fragua en los intereses y en el pensamiento de la pensadora, avancemos a una breve exposición de las peculiaridades de la escritura de Simone de Beauvoir.

  1. La peculiaridad de la escritura de Simone de Beauvoir

Antes de detallar algunos rasgos distintivos identificables en las obras de Simone de Beauvoir, conviene dimensionar la amplitud y la variedad de su producción escrita. En el caso de los ensayos, se encuentra en primer lugar Pirro y Cineas, ensayo filosófico publicado en 1944, que después se tradujo al español con el título ¿Para qué la acción?; compartiendo la línea de una reflexión sobre la moral a partir del existencialismo, se encuentra Para una moral de la ambigüedad que data de 1947. Un año más tarde, será publicado El existencialismo y la sabiduría de los pueblos, obra que ahora se encuentra en recopilación con otros de los breves ensayos de Beauvoir publicados en la revista Tiempos Modernos, donde figura una clara apología del existencialismo dadas las malas interpretaciones y críticas a las que fue sometido en su época. En el mismo año, publicaría Norteamérica día a día donde valora el espíritu del pueblo en Estados Unidos, trayendo a cuenta detalles de la vida cotidiana. Sobra decir que su ensayo más reconocido, revolucionario, por la forma en que trabajó y expuso la condición femenina, y quizá aquel que consagró a Simone de Beauvoir dentro de la memoria colectiva fue El segundo sexo, publicado en dos volúmenes a lo largo del año 1949, convirtiéndose en un long-seller traducido a más de treinta y cinco idiomas. La larga marcha fue una obra publicada en 1957 que manifestó un posicionamiento personal tras el viaje que Simone realizó a China junto con Sartre. Finalmente, una obra menos difundida, pero de extensión y composición similar a El segundo sexo fue el ensayo titulado La vejez, publicado en 1970, que nos muestra como Beauvoir ahonda en la vulnerabilidad de la libertad de los ancianos por los connotados culturales y biológicos con los que se ha cifrado históricamente a la senectud.

Las memorias de Simone de Beauvoir quedaron de manifiesto en diferentes obras, comenzando por Memorias de una joven formal en 1958; volumen seguido por La plenitud de la vida que fue publicado en 1960; tres años más tarde aparecería La fuerza de las cosas y finalizaríamos el listado con su libro Final de cuentas de 1972. Debemos señalar que estos textos están acompañados por los cuadernos de viaje y los diarios de guerra; donde exteriorizó los reparos tanto al inicio del periodo de guerra , como aquellos emergidos durante la ocupación de París, así como las vivencias fruto de las visitas a otros países. Tampoco es posible prescindir de la mención de aquellos libros que la autora escribió para narrar la experiencia del tránsito a la muerte de dos de las personas que tuvieron mayor impacto en su vida, su madre y Jean-Paul Sartre: Una muerte muy dulce de 1964 relata los últimos padecimientos de su madre antes de fallecer; no menos importante y sobra decir, conmovedora, encontramos la obra La ceremonia del adiós, publicada en 1981 y escrita en tributo a Sartre; en dicho libro, Castor traza sin disimulo los malestares acaecidos durante los últimos años de vida de su compañero.

Finalmente, hay que aludir a las novelas y relatos breves escritos por Simone de Beauvoir que integran otro punto indispensable dentro de su producción escrita. Cuando predomina lo espiritual es una colección de los primeros relatos escritos por el Beauvoir, la obra fue rechazada por las editoriales y publicada hasta 1979. La invitada, figura como su primera novela publicada, apareció en 1943 y narra la historia de un triángulo amoroso así como los conflictos que de él derivan. En 1941, comenzaría a escribir La sangre de los otros, novela que al ser publicada en 1944 alcanzó un éxito notable. En 1943 Simone se ocupaba de escribir otra novela titulada Todos los hombres son mortales, que fue publicada en 1947, donde presenta, por medio de su protagonista, las relaciones existentes entre nuestras acciones y el tiempo, así como la importancia de comprometernos con nuestras empresas. En 1954, tras la efervescencia de la publicación de El segundo sexo, Simone es galardonada con el premio Goncourt de la literatura francesa por su novela Los mandarines, que se sitúa en un escenario postguerra donde se vive un desencanto con las esperanzas originadas por la liberación de Francia. En esta época, la autora alcanza reconocimiento de talla internacional como un referente intelectual. En 1966, aparecería publicada Las bellas imágenes, novela que exhibió el desengaño y la hipocresía que se inscribe en el modelo de vida burgués. Malentendido en Moscú, es una novela que data de 1965 y evoca las dificultades de pareja al arribar a la vejez, también pone de manifiesto el impacto que representó para Castor su viaje a Moscú. Para concluir nuestro listado, hemos de mencionar el conjunto de relatos que se publican con el título La mujer rota, publicados en 1968, donde Simone explora la condición femenina al arribar a la vejez, así como las implicaciones de hacerse responsable de un proyecto de vida que no ha sido auténticamente configurado.

Si nos hemos detenido para nombrar y situar las diferentes obras escritas por Beauvoir, ha sido con el fin de percatarnos de que su producción trasciende El segundo sexo, ensayo que ha capturado la atención de sus lectores y a través de la cual la pensadora suele ser reconocida. Simone de Beauvoir albergaba una intención allende a la exploración de la condición femenina que, si bien, fue uno de los temas o problemas de los que se ocupó a lo largo de su trayectoria, dista de ser el único asunto de interés en su reflexión y además debería inscribirse en un conjunto más amplio de obras, tópicos y cuestiones que responden con mayor adecuación a sus aspiraciones teóricas y vitales.

Al leer a Beauvoir en los diversos géneros que dispuso para expresar sus ideas, podemos encontrar una serie de temas recurrentes que aparecen descritos y analizados en sus ensayos, o bien, plasmados de manera viva en sus memorias y en las voces de sus personajes literarios. Esta será una de las peculiaridades de su obra. Entre los temas que destacan a lo largo del tejido de su escritura figuran: la búsqueda de sentido en la existencia, así como el desgarro y la impotencia encarnada al no encontrarlo. La necesidad de comprometerse con un proyecto que sea consecuente tanto con las elecciones que el individuo realiza, como con las responsabilidades que de ellas deriven. La pugna por convertirse en un individuo autoconsciente, capaz de determinar el núcleo mínimo de coordenadas desde las cuales se posiciona en la vida para no vivirse como un ser relativo, que solo pueda entenderse y asignarse sentido por medio de otro. La libertad como la capacidad de tomar elecciones que nos determinen, pero que no puede entenderse fuera de una situación. La sed de trascendencia, de superar aquellos límites que nos son asignados por la configuración de la situación social, histórica, política económica o corporal en la que nos insertemos, pero que también serán fruto de una construcción personal que puede tornarse ya sea en cercas y barreras o en plataformas que posibiliten nuevos inicios.

Beauvoir también tendrá siempre presente una beta de pensamiento moral o ético que, en ocasiones, atribuye a una reminiscencia de su formación cristiana. Para nuestra autora, no bastaría pensar para ser libres, sino que deberíamos preocuparnos por encontrar algunas pautas o normas para orientar las acciones y evitar que nuestras intervenciones desembocen en el mal personificado, que atenta contra los congéneres, sus valores, sus ideales y sus empresas. Por tal motivo, la autora jamás podrá abandonar preguntas como: ¿cuáles serían los criterios adecuados para un buen actuar al momento de relacionarnos con los otros? ¿En qué medida la indiferencia y la omisión son una falta moral grave? ¿Dónde podemos marcar el límite de nuestra responsabilidad para no invadir la libertad de los otros? ¿Cómo superar la fricción que llega a entretejerse entre la vida individual y la vida política?

Al plantear estos problemas Simone habla siempre de individuos de “carne y hueso”: que padecen la violencia de sus deseos; la decrepitud de su vejez; la tensión entre el rechazo y la aceptación del dolor y de la muerte; el miedo de elegir y de hacerse responsables de los derroteros asumidos; estos individuos llevan a cuestas la carga de historia de vida que les ha forjado una identidad, así como la contrariedad de saberse capaces de realizar grandes empresas y ser anulados por su género o edad. Se trata ante todo de personajes que se sitúan en circunstancias únicas, pues no hay dos individuos idénticos entre sí y a pesar de que existan situaciones existenciales similares, cada persona vive el desafío de afrontarlas con sus recursos y carencias. En esto reconocemos otro punto que caracteriza la escritura de Beauvoir.

Al leer a Beauvoir, es posible comprender que hablar de hombres de carne y hueso, o bien, de personas con cuerpo no solo implica pensar en la corporalidad como condición de nuestra existencia como seres humanos, sino que el cuerpo siempre se constituye como la parte más íntima de nuestra situación. Por situación, entendemos aquella serie de condiciones, restricciones, características y cualidades que nos posicionan dentro del mundo a partir de las cuales interpretamos nuestra existencia, pero también actuamos e intervenimos en nuestra relación con nosotros mismos, con los otros y con el mundo.

Tal como sostiene Cristina Sánchez, intérprete de Beauvoir: “Para Beauvoir, la vivencia del propio cuerpo […] supone un hecho fundamental para situarnos en el mundo como sujetos. En este sentido, uno de los logros teóricos de nuestra autora es haber comprendido que existir pasa necesariamente por ser un cuerpo, y que, además, ese cuerpo es interpretado culturalmente, es decir, que no es un dato neutro, sino que es objeto de valoración cultural […].[7]Si bien, Beauvoir podría haberse decantado por teorizar a partir de premisas y conceptos generales para comprender la existencia humana en su amplitud, su manera de escribir nos impide suscitar concepciones generales prescindiendo del encuentro con las experiencias de aquellos individuos que efectivamente padecen, atestiguan, soportan o viven. Su reflexión no omitirá dicho peldaño en la búsqueda de la comprensión de la existencia.

Es gracias a la materialidad y la evidencia con las que Beauvoir presenta y hace imperar las experiencias o los fenómenos existenciales en singular, que posteriormente la autora nos permite acceder a una imagen cada vez más global sobre los temas que rasgan la existencia. Por ello, no prescinde de los detalles al narrar en sus memorias, novelas y relatos, ni de los ejemplos literarios que evocan la vida en sus ensayos. Las circunstancias en las que se insertan los seres humanos estarán de manifiesto en todo momento porque, para Beauvoir, la condición para pensar la existencia y hablar de ella, será remitirse a aquellos que viven con el fin de no diluir el dinamismo y la impetuosidad de los individuos en formulas abstractas que separan sus raíces del terreno que nutre y posibilita la fecundidad de las ideas.

Ahora que tenemos en cuenta el interés compartido por la filosofía y la literatura dentro del cual tiene lugar la reflexión de Simone de Beauvoir, y tras recorrer algunos rasgos distintivos de sus obras, es momento de hablar de cómo la escritura figura como un proyecto global que la autora pugnó por integrar.

 

  1. La escritura como proyecto global

¿Cómo entender la pluralidad de canales de escritura, o bien, géneros literarios por medio de los cuales Beauvoir se dirige a sus lectores como un proyecto común? Volvamos a las palabras de Simone en su tercer tomo de memorias La fuerza de las cosas, donde señala en qué momentos se servía de los diversos tipos de escritura:

La existencia —ya lo han dicho otros y yo lo he repetido— no se reduce a ideas, no se deja enunciar: sólo se puede evocarla a través de un objeto imaginario y entonces captar su fuerza, sus remolinos, sus contradicciones. Mis ensayos reflejan mis opciones prácticas y mis creencias intelectuales; mis novelas, el asombro al que me empuja, en general y en los detalles, nuestra condición humana. Corresponden a dos órdenes de experiencia que no pueden comunicarse de la misma manera. Tanto las unas como las otras tienen para mí igual importancia y autenticidad. […] Si me he expresado en registros distintos, es porque esa diversidad me era necesaria.[8]

En este pasaje, tenemos una clave de lectura que nos permite identificar por qué Beauvoir selecciona un registro u otro. Mientras que se vale de sus ensayos para proferir ideas de las que se ha convencido en alto grado, podríamos decir “sus certidumbres”, rasgo que se vuelve efectivo al contrastar con obras como El existencialismo y la sabiduría de los pueblos, Para una moral de la ambigüedad, ¿Para qué la acción?, El segundo sexo y La vejez; sus novelas y sus relatos son el recurso para iniciar el análisis de la existencia en su acontecer, esto es, desde su movilidad, la ambigüedad, las variaciones y la posibilidad de desplegar diferentes líneas de interpretación o comprensión de la vida, que llegan a ser tan variadas como los individuos que con ella se involucren. Esto resulta más comprensible al seguir a Ana, Enrique, Roberto y compañía en Los mandarines; o bien, a Philipe y a su esposa que padecen la vejez e invitan a transportarse al cuerpo de una persona madura, a la experiencia del ocaso de la vida, en “La edad de la discreción”. Por poner un par de ejemplos.

Destaquemos las últimas palabras del pasaje que hemos recuperado en La fuerza de las cosas, dado que resulta esclarecedor. Refiriendo a la variedad de registros literarios Simone de Beauvoir sostiene: “Tanto las unas como las otras tienen para mí igual importancia y autenticidad. […] Si me he expresado en registros distintos, es porque esa diversidad me era necesaria.” En ello se encuentra una clara demanda: debemos valorar sus ideas con igual importancia, tanto en las novelas como en los ensayos, porque la variedad le resultó indispensable para comunicar su reflexión que no lograría revelarse ante sus lectores de no ser por los diferentes estilos de escritura. Esto no es fruto de la desarticulación, el capricho o el desorden, ha sido una elección cuidadosa. Nosotros añadimos a este breve listado su registro autobiográfico, que más adelante ella subraya de la siguiente manera:

[…] lamentaba que la novela no lograra captar nunca la contingencia: las imitaciones de ella que ofrece pasan inmediatamente a ser necesarias. Por el contrario, en una autobiografía, los hechos se presentan gratuitamente, al azar, a veces combinados de manera absurda, tal como se han dado: esta fidelidad ayuda a comprender mejor cómo ocurren las cosas a los hombres en la realidad más que la más hábil transposición.[9]

En sus obras autobiográficas, Beauvoir quiere hacernos reparar en un aspecto puntual de la existencia, la relación entre lo contingente y lo necesario. El planteamiento de nuestra autora es el siguiente: la autobiografía representa de mejor manera la contingencia, mientras que la novela, si bien, lo intenta, al edificar su universo de referencias nos da de antemano cierta sensación de necesidad. Como recordaremos, se habla de algo contingente cuando la situación, el evento o el detalle que referimos puede ser o puede no ser; esto es, hay posibilidad tanto de llegar a su actualización efectiva, como de no lograrlo. Mientras que, lo necesario es todo aquello que no puede ocurrir de otro modo, y por consiguiente solo existe de un modo.

¿Cómo se relaciona esto con la existencia y con la autobiografía? El caso es que Beauvoir hace partícipes a sus lectores de una vivencia fundamental: aquello que a veces nos resultaba contingente, fútil, pasajero y prescindible va cobrando necesidad en nuestras vidas. Al narrarnos detalles como los árboles que ella observaba en sus paseos matutinos cuando visitaba la casa de su familia en Meyrignac, Simone nos presenta una idea viva. Bien podría haber prescindido de aquellos paseos matutinos, pero al reconocer esas ocupaciones ocurridas en el ejercicio de la memoria y de la escritura autoreferencial, aquellos detalles contingentes cobran necesidad. Podría o no haber salido a pasear en aquellos días, el caso es que lo había hecho y aquello, al formar parte del pasado, se volvía un detalle inamovible que construía su existencia.

No solo las grandes elecciones en las que se juega nuestro proyecto vital nos construyen, sino también los elementos ínfimos, los pormenores de nuestra existencia que le confieren matices y originalmente se mostraban tan azarosos que encarnaban la contingencia en su última expresión. Los cafés que frecuentamos; los libros que un día, sin razón aparente comenzamos a leer; las personas que, sin ser parte de nuestra voluntad, nos encontramos en algún momento y terminan convirtiéndose en amigos entrañables; también aquellas personas que solo veremos una vez pero acreditan un espacio en nuestros recuerdos. Todo ello se volverá necesario, pero esto se hará evidente solo al momento de narrarnos a nosotros mismos, al decir qué hemos hecho, dónde hemos estado, cómo hemos vivido. Dicha necesidad no será clara para todos los que nos rodean, se mostrará como el fruto de la contingencia, pero se cristalizará como una potente certeza individual, una voz interna que exclama: “de entre muchas formas en que pudo ser, fue así”.

Beauvoir detectó el potencial de la autobiografía de acentuar lo contingente que forma parte la vida y cómo ello adquiere necesidad posteriormente; atributo que las novelas no lograban garantizar. No obstante, no cabe demeritar el papel de la novela dentro de la escritura de la autora, puesto que es en ese espacio donde puede zurcir el desgarro que suscitaba su añoranza por la verdad objetiva y la verdad subjetiva, es decir, los campos de acción que ella asoció con la filosofía y la literatura. En el ensayo “Literatura y metafísica”, que forma parte de El existencialismo y la sabiduría popular, Beauvoir sostendrá que:

Se trata de un esfuerzo por conciliar lo objetivo y lo subjetivo, lo absoluto y lo relativo, lo intemporal y lo histórico; pretende captar la esencia en el corazón de la existencia; y si la descripción de la esencia la revela la filosofía propiamente dicha, sólo la novela permite evocar su verdad completa, singular, temporal, el surgimiento original de la existencia.[10]

De modo que, la novela queda cifrada con alta estima en el ejercicio de escritura de nuestra autora puesto que, al escribirse de cierto modo es capaz de conjugar el plano teórico con la efusividad de la vida. La tarea del novelista se complica, ya que, no toda novela cumple con dicho objetivo. No se trata de novelizar verdades que se han descubierto previamente en el campo filosófico. La exigencia es enunciada por Simone de la siguiente forma:

No se trata aquí para el escritor, de explotar en un plano literario verdades previamente establecidas en un plano filosófico, sino de manifestar un aspecto de la experiencia metafísica que no puede manifestarse de otro modo: su carácter subjetivo, singular, dramático y también su ambigüedad; puesto que la realidad no es definida como captable sólo por la inteligencia, ninguna descripción intelectual puede darnos una expresión adecuada. Es necesario intentar presentarla en su integridad, tal como ella se devela en la relación viviente que es acción y sentimiento antes de hacerse pensamiento.[11]

La encomienda del novelista es plasmar en la ficción la experiencia dentro de la cual se revelan las verdades de orden singular, concreto o situado, pero que pueden acceder al orden de lo universal de la condición humana. Para ello, Beauvoir se compromete con la tarea de escribir compartiendo la aventura con el lector, debido a que, incluso al configurar sus relatos, admitirá la falta de certidumbre sobre cómo pudiesen decantar los acontecimientos y los personajes que integraban sus narraciones. La dignidad de la novela recaerá, para la autora, en que tanto para ella, al momento de escribir, como para el lector, al dar vida a sus personajes a través del acto de lectura, lo que acontece ha de ser un descubrimiento vivo.[12]

Con el desarrollo de las historias, las verdades que aparecen en las novelas cobran rostro, los problemas no poseen una solución única, por ello, nos interrogan, nos exigen tomar partido y correr riesgos, ante todo nos asombran y nos llevan a un ejercicio de autoreflexión sobre nuestras vidas. Por esta razón, Beauvoir llamaba a la novela una “aventura espiritual”.[13] El lector se vuelve partícipe al leer, si lo desea así, se introduce en una experiencia que busca cuestionarlo y confrontarlo. No se trata de novelas en las que Beauvoir delimite de manera rigurosa el panorama obligándonos a asumir su perspectiva, sus ideas o sus intenciones. Por el contrario, buscó escribir espacios libres y por ello, ambiguos y la más de las veces imparciales. Sus obras son una invitación abierta a emocionarse, molestarse, angustiarse, preguntarse, analizarse, e incluso a excusarse. Leer las novelas de Beauvoir nos inquieta de manera especial, esto se debe a que dicha reacción es parte del sentido con el que fueron escritas.

Vemos cómo dentro de este proyecto, el lector también tiene un lugar. Simone requería a personas con el ánimo dispuesto a participar en la experiencia, integrarse al momento de leer, no abandonar cuando la narrativa lo lleve a encarar sus propias acciones, su situación vital, ni resguardarse intentando interpretar y buscar claves de lectura filosóficas que desentrañen el argumento y lo despojen de su cualidad de confrontar la experiencia vivida.

A lo largo de sus diversos estilos de escritura, puede verse cómo Beauvoir hace aparecer encarnados conceptos como libertad, destino, situación, trascendencia, cuerpo, ambigüedad, liberación y proyecto, entre otros. Por eso la ficción, la autobiografía y los ensayos comparten el espíritu de la filosofía existencialista.[14] De modo que, sería difícil establecer una distinción clara entre la filosofía y la literatura al interior de su obra. Al leer a Simone, diese la impresión de que uno se localiza en una zona intermedia entre ambas disciplinas. Ya hemos dado cuenta del motivo; si bien, nuestra autora posee un vasto arsenal de ideas, conceptos, planteamientos y supuestos de carácter filosófico, su expectativa fue escribir y mediante su obra impactar y movilizar a otros que podrían repetir las palabras que en su momento ella había tejido.

 

  1. Consideraciones finales

En La fuerza de las cosas, Beauvoir habla de su proyecto de escritura comentando lo siguiente: “Traté de captar la realidad en su diversidad y su fluidez; resumir mi relato en palabras definitivas es tan aberrante como traducir en prosa un buen poema.”[15] Esto supuso para ella, largas horas de investigación en las bibliotecas; tomar algunas decisiones difíciles que le implicaron pérdidas y resentimientos tanto de sus amigos, como de sus lectores y perseverancia para no abandonar la tarea de escribir y de escribirse.

Simone nos advertía en “Literatura y metafísica” que mientras más vivamente el filósofo deseara subrayar o enfatizar el papel de la individualidad de los seres humanos, más tendría que comprometerse a describir la experiencia de los hombres en su carácter singular y temporal.[16] Esta impronta aplica bien a su escritura. Hasta aquí, cabría la pregunta: ¿cuál experiencia fue la experiencia que narró? Ha sido, precisamente el conjunto de sus anhelos, sus desventuras, sus preocupaciones e intereses; su dificultad ocasional para relacionarse con otros. En fin, ha sido la profunda añoranza de una vida libre y reflexionada. Como diría Grau, ella misma fue la materia de su producción escrita.[17] Beauvoir compartió su experiencia, y procuró a sus lectores un lugar privilegiado para tomar conciencia del mundo; no solo sometió su existencia a un minucioso análisis con miras a hacerla clara para sí misma, sino que también lo hizo con el fin de que otras personas emprendieran la tarea de forjar una existencia lúcida, atenta a los embates que son consecuencia de la libertad humana.

De suerte que, este proyecto de escritura posee un flujo vital que le anima. Beauvoir infundió su sangre en las líneas que dejó por herencia, permitiendo que la existencia se anime con las palabras que grabó en sus obras. En dicho quehacer realizó su apuesta existencial, su proyecto vital, esto que hemos denominado, junto con Olga Grau, la escritura como proyecto global. Resuenan ahora las palabras de Simone al memorar su intuición de juventud:

Extraña certidumbre de que esa riqueza que siento en mí será recibida, que diré palabras que serán oídas, que esta vida será un manantial en el que otros beberán: certidumbre de una vocación….[18]

Esa vocación no fue otra que la escritura, pues durante toda su vida se dedicó a mostrar con gran apertura su experiencia y la problematicidad que le era inherente, evolucionando a la par que las circunstancias históricas y las circunstancias personales lo ameritaban.

A través de la escritura, Beauvoir pensó la vida, sin dejar de estar completamente implicada en la misma. De aquí, la perspicacia de la empresa de la autora. Su modo de inserción en lo que nosotros conocemos como “el existencialismo”, esa corriente filosófica que hizo de la existencia humana el problema nuclear de su reflexión, fue justamente el mantener activo el binomio de pensamiento y vida. Sin renunciar a comunicar, por medio de distintas estrategias, las emociones, los sentimientos y la pasión que acompañan nuestro actuar, aquello que hay de indefinible en nuestras vidas que se rehúsa a ser dicho y sin embargo, la mayor parte de las ocasiones, demanda ser comprendido.

 

*El artículo original se escribe para la revista Piezas:

AYALA CÓRDOVA, Daniela Estefanía, «Simone de Beauvoir: La escritura como proyecto global», en Revista Piezas en diálogo filosofía y ciencias humanas, N. 25, Vol., Época 2, diciembre del 2017, pp. 66-78.

Bibliografía:

 

De Beauvoir, Simone. “Literatura y metafísica”. En El existencialismo y la sabiduría popular, Buenos Aires: Siglo Veinte, 1969.

De Beauvoir, Simone. La plenitud de la vida. Buenos Aires: Hermes, 1976.

De Beauvoir, Simone. La fuerza de las cosas. México: Hermes, 1997.

De Beauvoir, Simone. Memorias de una joven formal. Buenos Aires: Sudamericana, 1999.

Grau, Olga. “La ambigua escritura de Simone de Beauvoir”. En Simone de Beauvoir en sus desvelos coordinado por Olga Grau, 15-31. Santiago: Ediciones LOM y la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile, 2016.

Grau, Olga. “La escritura de Simone de Beauvoir como proyecto global”. En Simone de Beauvoir en sus desvelos coordinado por Olga Grau, 33-42. Santiago: Ediciones LOM y la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile, 2016.

Sánchez, Cristina. Simone de Beauvoir. Del sexo al género. Buenos Aires: EMSE EDAPP, 2016.

 

[1] El siguiente texto fue presentado el 15 de noviembre de 2017 en el Fondo de Cultura Económica, Guadalajara, Jalisco, dentro del marco del ciclo de conferencias “La mujer en la Filosofía” organizado por Filosofía en el Fondo en el año 2017.

[2] Filósofa y académica chilena especializada en teoría de género, literatura, sexualidad y asidua lectora de Beauvoir.

[3] Cfr. CRISTINA SÁNCHEZ, Simone de Beauvoir. Del sexo al género (Buenos Aires: EMSE EDAPP, 2016), 20.

[4] SIMONE DE BEAUVOIR, Memorias de una joven formal (Buenos Aires: Sudamericana, 1999), 162.

[5] SIMONE DE BEAUVOIR, La plenitud de la vida (Buenos Aires: Hermes, 1976), 242.

[6] Ibid., 660.

[7] SÁNCHEZ, op. cit., 76.

[8] SIMONE DE BEAUVOIR, La fuerza de las cosas (México: Hermes, 1997), 377.

[9] Ibid., 581-582.

[10] SIMONE DE BEAUVOIR, “Literatura y metafísica”, en El existencialismo y la sabiduría popular (Buenos Aires: Siglo Veinte, 1969), 83.

[11] Ibid., 89.

[12] Cfr. Ibid., 81.

[13] Cfr. Ibid, 83.

[14] Cfr. OLGA GRAU, “La ambigua escritura de Simone de Beauvoir”, en Simone de Beauvoir en sus desvelos (SANTIAGO: LOM y Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile, 2016), 26.

[15] DE BEAUVOIR; La fuerza de las cosas, 327.

[16] Cfr. DE BEAUVOIR, “Literatura y metafísica”, 88.

[17] Cfr. OLGA GRAU; “La escritura de Simone de Beauvoir como proyecto global”, en Simone de Beauvoir en sus desvelos (Santiago: LOM y Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile, 2016), 37.

[18] DE BEAUVOIR, Memorias de una joven formal, 337.