Retos de la participación social hoy

Dr. Héctor León J*. 

Guadalajara, Jal. marzo de 2017

Prenotado: ¿participar?

Pensar en los retos de la participación social hoy, no es tarea fácil. Cada palabra tiene un sentido, por ejemplo: participación y social son dos verbos polisémicos y equívocos.

En la cotidianidad de la docencia muchos alumnos me dicen “sí participé” cuando externaron su libre opinión, como si participar fue una opinión, una doxa. La participación es más que la sola presencia, participar implica tomar parte, tomar partido, implicarse por lo que está en juego.  Participar es lo opuesto de la indiferencia, se participa porque se tiene un capital invertido, porque hay algo que se espera, que se desea comunicar o transformar.

Participar supone una acción, una determinación. Quien participa, no pasa de largo, no es indiferente. La participación necesariamente supone hacernos cargo de nuestra implicación.

Por el lado de lo social, en ello hay más equivocidad. Suele ser común la creencia de que lo social es lo externo a mí, lo que está fuera de mí, más allá de la puerta de mi casa. Lo social son los otros, no yo. Lo social tiene que ver con la sociedad. Como si lo social fuese una entidad abstracta, incorpórea. Cuando lo social es algo que llevamos dentro. Si lo social supone al socius, al otro (alter), entonces lo social también soy yo, porque al otro lo llevo en mí, mi individualidad es social, la sociedad vive en mí, como yo vivo en los otros.

De acuerdo con lo anterior pensar los retos de la participación social hoy tendría que ver con pensar mis retos, los retos que me impone mi condición de ser social, de ser con los otros, de vivir con ellos, de verme impelido por ellos. La participación social tendría que ver, como dice Lévinas, con lo que el rostro de los otros me dice y lo que me demanda.

Si pensamos la participación social, tendremos que pensarla de manera situada, en el aquí y ahora. Nuestra lectura del hoy, supone entender lo que hemos sido, el cómo hemos participado, lo que hemos resuelto y lo que no, las tareas pendientes, las exigencias del presente, en función de nuestro mañana.

¿Por qué participar? Para empezar, porque quien no participa, no se hace cargo de sí, de los otros… quien no se encarga de la realidad, se deshumaniza, es títere, marioneta de otros.

Participación social en México

Para no pensar en el aire, para focalizar lo que pensamos, pensemos la participación social en México.

La participación social en México es amplia, diversa y compleja. En México no participan solo ciudadanos, hombres y mujeres de a pie, la participación también la realizan hombres, mujeres, niños, familias; no es un asunto de individualidades. Participan no sólo mexicanos, también madres, hermanas, padres, hijos de migrantes centroamericanos (incluso sudamericanos) que se implican en diversos procesos sociales. La participación también la realizan agentes económicos, políticos y sociales, que tiene intereses diversos en México, desde empresas trasnacionales, corporativos, fundaciones, organismos multilaterales, ONG´s, etc.

La participación social en México, no es sólo de mexicanos, para unos cuantos asuntos, coloquialmente llamados “sociales”. Hay intereses tan diversos como contrapuestos. La participación de algunos es libre, voluntaria y querida, en otros tantos casos se ponen en juego pactos, acuerdos, contratos; se disputan capitales, se gestionan posiciones, se defienden intereses.

La participación no sólo la realizan los ciudadanos inconformes con la inseguridad o la violencia social. También es participación las acciones de obispos, cuyos discursos apuestan por mantener o modificar el staus quo. Las acciones del Banco Mundial o la Organización para la Cooperación Económica son participación que apuesta por “desarrollar” un sistema económico-social. En México tienen lugar acciones de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, de miles de grupos de Voluntarios, de Asociaciones de Caridad, de promoción educativa, cultural, turística, de defensa de los derechos humanos. En alguna medida cada hombre que trabaja, cada mujer ama de casa, cada joven que estudia participa, configura con sus acciones un entorno particular, sostiene y hace posible la vida, la propia y la de los otros. Luego entonces en razón de qué pensar la participación social, qué limites o posibilidades tiene.

La participación socio-política: entre indignación e indiferencia

En México la participación tiene las dos caras de la moneda. Miles, millones de ciudadanos (hombres y mujeres) pasan de largo, hacen como si la realidad no los modificara, los estresara; su negación no reconoce que la realidad los hiere, los empobrece, los entristece, los alegra, los abraza; como si la realidad (los hechos sociales) no estuviera ahí, no los afectara o modificará.

Sólo por ejemplificar, podemos señalar como muchos mexicanos se posicionan indiferentes frente al no circula de la Ciudad México porque no viven en esa ciudad y si vivieran en ella no tienen auto, no les afecta. Pasan de largo frente a la complejidad que entraña dicho programa, frente a las atinadas o cuestionables políticas públicas que afectan y modifican, además de la calidad de vida y el entorno, que son el referente para políticas públicas federales.

Para muchos no hay problema en si existe o no una Ley General de Víctimas. Nunca les ha pasado nada, no ha padecido ni robo, ni violencia, ni secuestro. Viven en la tranquilidad, una tranquilidad aparente e ingenua, que no repara en lo que implica a nivel federal el uso de la fuerza pública, el tema de los derechos para víctimas y victimarios. No reconocen la paranoia colectiva, el estrés social, la violencia simbólica, eso que llamamos descomposición del tejido social.

Y como los anteriores hay muchos casos: no participan en una marcha contra el secuestro, porque no tienen un familiar secuestrado. No se manifiestan en pro ó en contra del matrimonio igualitario, porque no tienen un familiar que lo requiera, porque no reconocen los derechos de esas personas, porque la inconsciencia les hace pensar que no les afecta.

México padece un alto grado de indiferencia, con orígenes multicausales. No reconocemos lo que no nos ha tocado la pie, el dolor ajeno, del otro, a quien nos resulta difícil mirar como otro, como yo.

Es curiosa, irónica y enfermiza la indiferencia cuando hay tantos motivos para la indignación. Son tantas las razones para encabronarse, para salir a la calle y empoderarse.

Ejemplos sobran: Acteal, Ayotzinapa, Tlatlaya, Atenco, San Fernando, Cherán,… una lista larga de lugares donde la dignidad ha sido arrebatada, negada. Todos los días hay motivos: corrupción de políticos, enriquecimiento ilícito, delincuencia organizada, explotación infantil, trata de blancas, despidos injustificados, indiscriminación, violencia intrafamiliar, acoso, exclusión… igual son miles de problemas. Uno tangible, está en los diarios: en México se registran en promedio unos 74 casos de secuestro cada 24 horas, los datos pueden varias según las fuentes, pero ese es un dato que evidencia no sólo un estado fallido, sino una industria del terror, del miedo. Es la industria que pone en evidencia nuestros males sociales, sólo ese sería motivo suficiente, para que la vida de una persona que se pone en juego provocara nuestro coraje, nuestra rabia. No hemos madurado nuestra sociedad de tal modo que aún no sucede que nos indignemos frente a la realidad, la del otro, la propia esa que supone mal.

La indignación es afirmación-exigencia de dignidad, negada, arrebatada. La indignación supone implicación, cercanía, reconocimiento del otro, de su dolor, de su tragedia. La indignación sólo surge cuando hay conciencia de que lo que es, no debe ser.Cuando se reconoce que hay realidades (derechos fundamentales) negados. La indignación surge del reconocimiento de la negación y se alza como negación de la negación. Se trata de un reconocimiento del otro, no como rostro, no como pobre, no como próximo, sino como humano con nombre y apellido, con biografía.

En México requerimos indignarnos, salir de la indiferencia, dar lugar a la negación de la inconsciencia. Ser intolerantes con los indiferentes.

Algunos casos como los 43, yo soy 132, Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, Cherán y otros tantos, son ejemplo de indignación, de reconocimiento de la dignidad arrebatada.

Hay algo claro, en México, los cambios se gestarán como resultado de la participación social cotidiana, no hay que pensarlos de manera espectacular. No vendrán de la clase política, los empoderados, no estarán dispuestos a perder, para ellos no conviene el cambio. Pero fundamental debe ser que no tiene que haber muertos, revolución social o cambio de una ley para que opere un cambio. Por supuesto que toda participación busca gestar transformaciones sociales, pero estas se materializan cuando las personas toman conciencia, cuando se empoderan, cuando crean demandas puntuales y concretas, cuando se tejen redes y alianzas. El mejor cambio es el que permanece, el que crea una nueva cultura, el que deja asentada una demanda, el que fortalece una alianza.

Todas las formas de participación tienen impacto, en mí en los otros. El mayor o menor impacto pende de la situación, del contexto, de lo articulado de la participación, del tejido que se forme, que dé lugar a esa participación. Para que una participación social tenga impacto debe venir de una toma de conciencia, del reconocimiento de un problema, de un verme impelido, implicado. En México tendrá que venir del ciudadano de a pie.

Los últimos movimientos sociales en México nos han mostrado que la indignación es el mejor catalizador de la acción social. Son movimientos sociales que han utilizado los recursos de la globalización para hacer patentes sus demandas, para articular y tejer redes. Son personas de a pie, que se han indignado y han salido a la calle a demandar lo que es propio, lo que resulta fundamental para seguir viviendo, para vivir bien y, esa indignación ha supuesto el reconocimiento del otro, de la realidad propia que demanda dignificación.

 

* Dr. Héctor David León Jiméne

  • Doctorado en Desarrollo Humano, UNAG.
  • Maestría en Investigación en Ciencias de la Educación, UdG.
  • Licenciatura en Filosofía y Ciencias Sociales, ITESO.
  • Coordinador de Educación a Distancia en el Instituto de Filosofía, colabora en el Instituto Agustín Palacios Escudero y la Universidad Marista de Guadalajara