Sobre la esperanza
PERITHSELPIDOS
Por: Jorge Ordóñez Burgos
La esperanza es una constante en nuestra mentalidad judeocristiana, aparece por aquí y por allá matizada de mil maneras diferentes. La encontramos en su sentido religioso más puro en el anhelo de salvación del alma, así como plasmada en el discurso político-solidario –tan aceptado en la actualidad-, destinado a la persuasión de que los tiempos por venir serán mejores que el actual. En este ámbito tan esperanzador, he sentido la necesidad de hacer algunas consideraciones sobre lo que puede significar dicha convicción. |
“If we burn our wings
Flying too close to the sun
If the moment of glory
is over before it´s begun
If the dream is won-
Though everything is lost
We will pay the price,
But we will not count the cost”
“Bravado” Neil Peart.
Observo a mis hijos retozar felices en la alberca. Sus gritos de alegría ponen frente a mí las mejores cosas de la vida. La mano de Dios deja verse tan cercana, tan nítida y evidente que me pone a dudar que epifanía tal sea, al mismo tiempo, lejana y difícil de captar para la miopía espiritual que padezco. Saltos, fabricación de olas, deambular por ese océano en miniatura que tanto ilusiona a los niños. Miro a mis hijos y, en el momento mismo que lo hago, no puedo evitar proyectar cientos de noes y síes en ellos. Deben vivir vidas mejores que sus predecesores, nuestras alegrías y gozos deben parecer nada en comparación con todo lo bueno que quisiera le esperara a ellos. Debilidades, defectos, vicios y sinsabores del pasado deben quedarse allí, en un pretérito que quisiera no los alcanzara. Lamentablemente, no tengo el poder para conseguir que los deseos se conviertan en realidad. ¿Cuántas veces les romperán el corazón? ¿Quiénes serán sus amigos de toda la vida? ¿Qué carrera elegirán? Su diversión es tan sana que contagia el placer de vivir sin necesidad de pensar en teorías para “entender” la vida. Al paso del tiempo, ellos recordarán estos años, cuando las albercas ya no signifiquen lo mismo que ahora.
La imagen de mis hijos me invita a pensar en la esperanza, ¿qué es? Un anhelo fortísimo por hacer que las cosas lleguen a tomar cierto rumbo, adquiriendo condición de realidad. Un deseo de bienestar del otro sin mayor pretensión; la búsqueda por traducir los proyectos en hechos, sin embargo, nunca puede hacerse todo lo posible para materializar las ideas. No existen fórmulas mágicas ni métodos infalibles, a fin de cuentas, la relación con los hijos se construye a partir de la intuición y de la “sabiduría” que dan los años. Se busca lo óptimo para ellos a partir de lo que se piensa es lo mejor para el ajeno. Se puede especular apelando a la experiencia de los años, -algunos gustan refugiarse en lecturas de manualitos para la formación de padres-, no obstante, todo se convierte en humo cuando los hijos eligen por sí mismos. La pasividad no cabe en este campo, se lucha para alcanzar un mejor presente el día de mañana y no siempre se hace con las mejores estrategias ni con la cabeza tan fría como se debiera. La esperanza no tiene forma ni color hasta que los años la perfilan, revelándola en intransigencia, ingenuidad, autoritarismo o clarividencia… Dado que la esperanza se deposita en otro, es imposible saber si esa otra persona ha llegado a la plenitud. Los datos externos pueden llevar a inferir, pero, nunca a la certeza. La vida sólo puede ser vivida por su dueño, y aun así, es mucho lo que no logra asimilarse al pasar de los años. La vejez puede traer consigo más preguntas que respuestas. Intervenir en la vida de alguien tan cercano como un hijo, a grado tal de decretar si ha cumplido o no con las expectativas puestas en él, es un acto de nulificación de la persona.
Los seres humanos construimos proyectos para que nuevas generaciones los disfruten, es frecuente olvidar que las utopías del presente pueden convertirse en las pesadillas del futuro. Se hacen sacrificios, se prevén escenarios ulteriores; lo que vendrá debe ser mejor porque quienes construyen el puente hacia el futuro no caerán en los errores que se cometieron con ellos. El hombre es tan predecible y circular en algunas cosas… Una y otra vez se omite el pequeño detalle que el mañana es un mar de aguas cuya profundidad y caudal se desconoce. Aún nuestro presente mismo se nos escapa, ¿podemos calcular todas las posibilidades que tiene ocultas el hoy? Las buenas intenciones, el amor o el ingenio aplicado a poner los medios para suavizar la turbulencia del mañana, no constituyen un filtro mágico que haga tomar decisiones enteramente atinadas. Esta es una de las penurias de la humanidad, enfrentar la incertidumbre del porvenir. Además, descifrar qué será lo mejor para esos no-yoes es una tarea instintiva, necesaria, innata en los animales, pero, impositiva y limitada. La idea presente del mejor porvenir no siempre es compatible con la que se forjan los receptores del obsequio. La configuración del futuro siempre se gesta a partir del diagnóstico actual de lo que se vive y, a partir de allí, se trazan las líneas de lo que vendrá. Resulta un tanto angustiante jugar a la ruleta rusa, puede fallarse o atinarse en lo estimado, sin embargo, las consecuencias siempre recaerán sobre otros. Ahondando en el complejo tema de la herencia que recibe cada generación, el conocimiento del presente se sobreestima, parece asequible, dispuesto para alcanzarse con la mano, tendido frente a nosotros para vivirlo en la cotidianidad; abierto porque todas sus claves nos pertenecen, las hemos construido. Sin embargo, nuestra actualidad fue un anhelado futuro tiempo atrás, ¿cómo se compuso?, ¿de dónde viene el presente, cuál es su genealogía?, ¿Qué se quiso evitar y continuar cuando fue proyectado? Resulta incómodo auscultar el presente bajo esta lente, pero, es tal vez una de las vías para comprender que generación con generación se siguen conductas muy similares, con resultados diferentes, pero, partiendo de la misma motivación.
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Las discrepancias generacionales no son pocas, lo que en cierto momento se valora como la edad de oro -atesorando cada segundo de ella para que no acabe jamás-, en otro, puede resultar un lastre. Edificar las glorias del pasado es una poderosa herramienta de la que se valen los gobiernos del mundo para disuadir a los ciudadanos de buscar el cambio de condiciones ancestrales. En este esquema, es un sinsentido alterar el presente buscando mejorar lo bueno -consolidado a través de los años-. La esperanza en repetir los resultados ya obtenidos, hace del presente una fotografía en la que se mantiene el paisaje captado por la lente. Por otro lado, el gusto desmedido por el cambio es tan nefasto como apegarse a una tradición desgastante. Cambiar por cambiar, no es un principio revolucionario, tiene el mismo impacto enajenante que mantener una tradición sin más. Los cambios mecánicos, entendidos como reflejo de la evolución, son un buen principio teórico, sin embargo, la realidad no siempre se doblega ante reglas creadas por la lógica. La esperanza, pues, se enfocará en mantener, no mudar; dejar de lado escenarios en potencia óptimos en aras de disfrutar lo bueno que se tiene a la mano. Como dije, esta clase de esperanza, mantenida en condiciones ideales, es envidiable, sin embargo, en nuestro contexto, no es tan sencillo asumirla. Téngase por ejemplo un pueblo costero mexicano en el que el turismo ha mermado actividades ancestrales como la agricultura o la pesca, y, gracias a su internacionalización, ha sido invadido de turistas y divisas de todo el mundo; se le ha convertido en escenario de películas de presupuesto multimillonario y ha sido considerado por la UNESCO patrimonio de la humanidad. Sería arriesgado y tal vez deshonesto decir que el presente es bueno y el futuro prometedor. Sólo porque esa comunidad hipotética desarrolla actividades que juzgamos estar más cercanas a nuestra idea de bienestar, no significa que existan razones para tener una opinión optimista de su porvenir. De aquí tampoco se desprende que el pasado por necesidad haya sido superado debido al cambio de actividades comunitarias.
La esperanza acostumbra fincarse a través de la negación del presente, buscando cambiarlo a toda costa porque es nefasto, doloroso o poco provechoso. O se quiere volver a condiciones que se disfrutaban antes, “tiempos pasados fueron mejores”, ya por ser idealizados por no tener contacto cotidiano con el pretérito, logrando maquillarlo. Ya, porque en verdad las aguas pasadas fueron más limpias y frescas, independientemente de la memoria romántica que las reconstruya. Una variante de esta forma de pensar consiste en configurar el futuro como una franca oposición al presente que se padece. Si hoy existe hambre y temor, se imagina un futuro pleno de abundancia y confianza. Si hoy se vive una paz comodina, la insurrección dinámica enmendará los días por venir. Este mecanismo es útil para construir utopías, aunque por definición sean irrealizables, sí inspiran proyectos cuya vocación es mejorar el presente. La visión de un mundo potencial no es despreciable y no lo es porque puede ser una directriz para hacer las cosas de manera diferente; la esperanza en un mundo mejor no es reductible a un sueño sin más, tampoco puede considerarse buena sin mayores precisiones. Quizá ésta sea la manera de entender la esperanza más popular y sana. “No hay mal que dure cien años” es una de sus expresiones más socorridas, porque se acoge a la necesidad “cósmica” de cambio. El optimismo puede ser un instrumento de supervivencia o una droga que mate lentamente. ¿Por qué debe tenerse paciencia para que la adversidad disminuya? ¿Por qué hemos de creer en un mejor mañana? Para no enloquecer. La vida de los mortales no se caracteriza por tener finales felices ni justos, tampoco por ser predecible o “lógica”. Por cada caso en el que se percibe una secuencia higiénica a→b existe por lo menos otro en el que la más absoluta anarquía “causal” juega bromas pesadas y el esquema a→b se tornan en ¿a?→nada.
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La existencia se define por una serie de limitaciones y conflictos, no por ello, la presencia del hombre en el mundo se reduce al dolor, pero, no puede ignorarse tal condición. De ahí que la esperanza sea un bálsamo con fuertes dosis de narcóticos que aminora el peso de los días y los años. No obstante, dependiendo del momento y circunstancia que sea administrada la droga, puede resucitar o ser letal. La imagen de Penélope resultaba para muchos griegos exótica y extraña, una mujer que añoraba el regreso de su esposo sin que mediara un oráculo era anti griega. Para nosotros puede ser inspirador y digna de imitación, pero, hay que tomar en cuenta la mentalidad de una sociedad en la que la diosa )Elpi/j era una divinidad menor, con participación más literaria que teológica. Por ello, es mejor pensarse dos veces antes de hacer juicios entusiastas acerca de la esperanza dentro el pensamiento occidental. Asumir cada día sin cierta dosis de esperanza, traería consigo una vida insoportable y, más que trágica, absurdamente sincera. En realidad, no hay argumentos incuestionables para garantizar que el día de mañana será mejor que hoy. Sin embargo, una racionalidad tan rigurosa no es humana; mantenerla adormecida no es necesariamente un gesto de ingenuidad, puede ser una actitud para preservar la salud mental. Salimos cada día a la calle en busca de plenitud en nuestras vidas, la concepción que cada hombre tiene de un “buen mañana” es muy íntima y podría representar una trasgresión a los proyectos de los demás. La esperanza de cada uno es individual, al intentar contagiarla a los demás, se produce una mutación de persona a evangelizador. El poseedor de la Verdad que la obsequia generosamente parte de la convicción que el mayor número de descarriados se beneficiarán con ella. ¿No es esto soberbia? Profetas, caudillos e hijos de Dios, difícilmente tienen cabida en la humanidad de carne y hueso, por eso, son las grandes figuras del pretérito. Un pasado que se vivifica en el presente pero ha sido digerido y agotado de antemano. Su mensaje se reduce a fundar un mundo mejor; el cielo en la tierra es tolerable por su paulatino desgaste al cabo de los siglos, dulcificado con la ayuda de mártires, la incomprensión de los semejantes y con el vital auxilio de los testimonios plasmados en textos sagrados. El paraíso que se promete, o, por el que se lucha es intangible. Precisamente, esa nota lo hace tan atractivo para ser alcanzado. La negación del presente se reviste de significado y sentido; esa manera de ver el tiempo, la verdad y la realidad mueven los hilos más sensibles de las personas. Esperanza e idealización caminan juntas uniéndose en una sola para motivar a quienes abrazan el dulce proyecto del porvenir, logrando así una vida mejor. Esperanzar, significa, así, negarse en la medida que se suspende el presente invocando el mañana; no se es hoy, porque mañana, dentro de dos o diez años se será con toda propiedad. El presente, insoportable, se hace todavía más fugaz, tiene valor sólo en la medida que es un pseudo futuro. Su mayor defecto consiste en estar aquí y no allá, después, alejado. El deleite será tímido, insípido, mediocre. La pregunta incómoda para esta manera de vivir es ¿qué pasará cuando el futuro deje de ser potencia y los anhelos, hipotéticamente, se materialicen en acto? Poner la vista al frente, ¿responde al deseo de cambio o es una manera de existir en la que nunca se logran satisfacer las expectativas? Lo táctil tiene por defecto ser inmediato y cercano. El futuro será, pues, más que una forma del tiempo, iteración que inflama la angustia e imperfección humanas. No obstante, su cometido impacta al hombre porque la promesa del mañana mejor siempre es válida y vigente. Siempre podrá renovarse. Así es como se esperan las profecías, las utopías, las grandes promesas de salvación; los cambios en México. Es oxígeno puro que mantiene vivos a regímenes agotados; el futuro mejor, es un argumento “irrebatible” para mantener en pie las fantasmagorías demagógicas más burdas. Una esperanza trazada con esas intenciones no es justificada por sus fines, sino por mantener vivo un sentimiento que conduce a la nada. En el ámbito social, los cambios –mejoras- se logran, o, sencillamente, se pierde el tiempo. Esperar por esperar; esperar como signo de racionalidad sin más. Este proceder suele identificarse con una postura estoica ante la vida, y, quienes no comparten esta visión de las cosas son cobardes, pesimistas que se dejan vencer por la adversidad más efímera… Esta esperanza es persuasiva, involucra a las personas, obligándolas a “solidarizarse” y posicionándose en la línea de “lo correcto”. Abstenerse de desear tan nobles objetivos, significa desertar, atentar contra el grupo, ir contracorriente del supremo bien de la colectividad.
No votar, por ejemplo, es visto como una de las faltas cívicas más censurables en nuestro tiempo. La apatía electoral, nótese como se califica no acudir a las urnas, se identifica como causa poderosa por la que no se logran los grandes cambios en México. Pero, ¿no hemos tenido suficientes cambios en los últimos 25 años? El cambio en sí no es lo que mantiene la esperanza, tampoco los logros que el mentado cambio trae consigo. La esperanza vive para seguir esperanzando, se alimenta de sí misma hasta la indigestión. El hartazgo viene acompañado de un síntoma característico: la desmemoria. Esta clase de esperanza constituye una de las muchas lecturas del cristianismo que circula en nuestras sociedades contemporáneas. Creer en el mañana de esta manera no implica tener fe, tampoco entereza o disciplina; es empecinamiento que raya en la más lamentable enajenación. Se piensa que de no tener esperanza se enloquecería, pero, podemos estar tranquilos, nuestras sociedades ya viven en el desquiciamiento. La cordura se ha perdido en todo el mundo; nos asimos a la esperanza por ser un punto particular en el que la consciencia queda casi nulificada. La esperanza, más que el miedo, es una actitud que, condiciones adecuadas, paraliza. En medio de la guerra, el miedo salva, mantiene a los combatientes alerta y con espíritu indomable. El miedo, más que tener a su presa bajo la expectativa de lo que vendrá, la obliga a moverse. Busca refugios, construye trincheras, contraataca, el miedo es la antesala de los cambios. Cuando se transmite el miedo a las manos se convierte en golpe contundente. La esperanza es paralizante cuando es promesa que se refrenda hasta el infinito. La afirmación “las cosas pasan por algo” sirve de consuelo para quien en ella cree, en el ámbito personal, no puedo hacer observación alguna sobre ella. Pero, cuando se pretende extender su aplicación al plano social, los problemas empiezan, porque cualquier cosa, por condenable y despreciable que sea, siempre tendrá una causa que a posteriori será develada. Mis creencias particulares en Dios no entran en conflicto con la filosofía, porque, la máxima me sirve para entender en lo individual ciertos acontecimientos, dicha interpretación no debe ser compartida a quienes son ajenos a mis creencias. La máxima es imposible de contrastación, saliendo siempre bien librada. En las mismas condiciones –de falacia- se encuentra la iteración de la esperanza. “Siempre vendrán tiempos mejores”, “mañana será mejor que hoy”, “lo mejor está por venir” ¿por qué?
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¿México tiene vocación para esta clase de esperanza? Una de las notas que define al mexicano es el amor por el porvenir, gusta de los castillos de humo que son fincados en nubes endebles construidas de promesas. Ama hacer proyectos faraónicos esperando que fuerzas cósmicas operen por él y que las cosas sean mejores porque así debe de ser. Es irresponsable hablar del “mexicano” sin más, no todos funcionan bajo esta lógica, sin embargo, dicha manera de entender la esperanza tiene acogida muy amplia entre los habitantes de nuestro país. Un diálogo nutrido sobre lo que se espera del futuro, además de ser minucioso, largo y plagado de malos entendidos entre los hablantes, es difícil de concretarse con entera cabalidad. En materia política, la regla es imponer una visión del buen porvenir, acudiendo a generalizaciones apresuradas para violentar lo menos posible la marcha democrática de las sociedades. No puede ser de otra manera, buscar el consenso sería una labor interminable, lo importante aquí es llamarle a las cosas por el nombre que le corresponde en realidad.
Gustamos tanto de la esperanza por la marcada raíz judeocristiana que permea nuestra forma de pensar. Casi es un común acuerdo que la filosofía debe brindar esperanza, de lo contrario, da la impresión que no lleva a cabo su trabajo. Así como pueden señalarse prejuicios en otros esquemas de pensamiento que nos resultan tan cerrados e irreflexivos, cabría hacer un examen profundo, buscando el origen del apego casi instintivo a la esperanza que tiene la filosofía. Al introducir el bálsamo de la esperanza en cada respiro de nuestro pueblo, el presente se desdibuja cada vez más porque el porvenir es fundamental, no importa lo impreciso que sea para quienes lo desean, sólo basta con saber que será distinto, mejor. El mañana es prometedor, finca la alegría del hoy en la certeza que lo tangible, lo natural, es pasajero e irreal. Se olvida que mañana será presente, tarde o temprano el futuro nos alcanzará para ser introducido en el procesamiento del tiempo tan nuestro. Será presente efímero que prepara lo ulterior, esa es la dimensión de la realidad. Esperamos para seguir esperando, más que ser una fórmula enervante de la consciencia del hombre, es el aniquilamiento de la vigilia. Jugar un juego extraño en el que no existe más regla que mantener una actitud pasiva ante la vida. Está tan arraigada la esperanza en nuestro pensamiento y concepción de las cosas que no es posible desprenderse de su omnipresencia. Renunciar a la esperanza significa ingresar en una forma diferente de pensar en la que no habría respuestas emanadas de la lógica que nos envuelve desde generaciones atrás. Abrazamos el futuro porque el presente, por definición, es demasiado accesible y burdo. Aspiramos a un entorno etéreo cuyo horizonte siempre será halagüeño. ¿Vivimos?, ¿esperar de esta manera es sinónimo de vivir? Quizá la añoranza del mañana haga efímera nuestra participación en el mundo, se pospondrá la toma de decisiones, asumir las cosas de frente, sufrir y gozar… Al quedar suspendida la actividad en la realidad porque se está en espera del momento oportuno, la existencia queda desdibujada. Lo que Odiseo pudo ver en el Hades se redujo a ski/ai (sombras), desprovistas de sensación alguna. Vida a medias, que, en las rapsodias homéricas, lamentaba haber pasado el tiempo heroico de carne y hueso. Las sombras entre las que nos movemos en México tienen una idea del tiempo inversa, nosotros vemos hacia el frente como fantasmas. Potencia perpetua que no logra nunca ser acto, queda siempre pendiente, en suspenso…En México, la esperanza se abraza con amor desmedido, es tabla de salvación, la única vía para mantenerse –como sea- a flote. No existe otra forma de pensar, los mundos posibles están decantados por la esperanza. El lenguaje del mexicano se deleita en su potencialidad, cuando las cosas no se concretan, se sale al paso diciendo que van en proceso, que están en vías de mejora. El discurso político de siempre ha sido rico en promesas que acarician con demencia el glorioso futuro. Cabría preguntarse si la composición de este lenguaje obedece a una estrategia ancestral o, es la única vía que conocen los demagogos para hablar. ¿Qué resultaría si le pidiéramos a uno de nuestros mandamases que se expresara de otra manera? ¿Podríamos nosotros mismos hablar sin tener fe absoluta en el futuro mejor?