El psicoanálisis en la posmodernidad como contracultura

Dr.Oscar Valencia Magallón

 

El presente texto está elaborado en el contexto del diplomado de actualización en psicoanálisis. Mi intención es reflexionar sobre las relaciones que pueden describirse y anotarse entre la posmodernidad, la globalización y el psicoanálisis.

En primer lugar, ofreceré una breve definición de psicoanálisis. En segundo término, plantearé algunas relaciones entre los conceptos posmodernidad, globalización y psicoanálisis ayudado por la categoría de sujeto. Finalmente mostraré qué entiendo por cultura y contracultura con el fin de proponer algunas notas sobre la función contracultural que podría ofrecer el psicoanálisis en nuestros tiempos.

¿Qué entiendo por psicoanálisis? Cuando se habla de psicoanálisis se puede hacer referencia a varias dimensiones: un proceso de investigación descubierto por Freud a finales del siglo XIX y principios del XX, una metapsicología que pone como principio de explicación de la conducta los mecanismos y procesos inconscientes por medio de una teoría de la mente y una metodología terapéutica para tratar con perturbaciones psíquicas profundas. Añadiría además otra dimensión.

El psicoanálisis como un movimiento intelectual y cultural que ha albergado a innumerables pensadores, clínicos y grupos de acción intelectual y terapéutica.

Sobre Posmodernidad, la construcción de las subjetividades y el reto para el psicoanálisis

Al hablar sobre cultura actual viene a nuestros oídos la palabra “posmodernidad”. En el ámbito de las ciencias humanas ya hasta se utiliza como cliché: “posmoderno esto” “posmoderno lo otro”, “pacientes posmodernos”, “psicoanálisis de la posmodernidad”, y demás novedades.

¿Cómo describir la posmodernidad? Innumerables autores han tomado dicha misión: algunos han descrito lo posmoderno, otros han analizado sus causas y efectos, pero en un sentido general la posmodernidad nos dirige a la consideración de algo que no puede conceptualizarse en relación a un fenómeno bien identificado, sino a una condición que viene de un después perteneciente a una época de la cual no se tienen noticias de su radical despedida, ni de su desaparición absoluta, pero sí de que ya no se es más ella misma (la modernidad).

Innumerables acontecimientos históricos han sido relacionados con esta condición: el derrumbe del llamado “socialismo real” porque considera que implicó “una profunda y extensa recomposición de las fuerzas mundiales en diversas direcciones.” En segundo lugar, menciono la “industrialización sin límites”, desde la cual se han producido fenómenos  transformaron profundamente las sociedades generando nuevos centros poblacionales basados en nuevos modelos económicos que influyeron en la división del trabajo, en la división del tiempo de ocio y en la estructura de los grupos humanos. En nuestros días estos efectos han generado además condiciones ecológicas alarmantes como el cambio climático y la terrible contaminación que nos afecta a todos. Las innovaciones en diversos campos del conocimiento y la ciencia, que han modificado los modos de comunicación e interacción entre los seres humanos y han conformado una nueva imagen del mundo. Por último, y algo que está más ligado sobre años recientes y que aparece desde los 80´s: la sociedad multi-media, la transformación del mundo como espacio de comunicaciones transatlánticas, inmediatas y definitorias de los códigos de convivencia (la ampliación de los medios de comunicación, la world wide web y todas las transformaciones relacionadas a esta última).

En el ámbito social y cultural asistimos al nacimiento de múltiples movimientos que luchan por el reconocimiento de los derechos de raza, etnia, nación, equidad de género los movimientos culturales y los debates filosóficos se encuentran entrelazados. Estos cambios en la concepción científica y social del mundo se han entendido como consecuencia del fin de la modernidad y de las certezas heredadas que da paso a una dialéctica entre el determinismo y el indeterminismo.

Además de los acontecimientos anteriores que caracterizan procesos socioculturales, existe otra constatación: hemos vivido un cambio profundo en la ciencia que pone en duda las certezas anteriores y nos lanza a un universo de posibilidades. Hoy día hablamos de distintos modelos de ciencia y de una superación al modelo homogéneo de ciencia heredado de finales del siglo XIX identificado en el positivismo y neopositivismo. Las transformaciones en las teorías físicas producidas en los años 30´s y 40´s modularon la conciencia de que no existe una realidad última a la que se arriba a través de los métodos científicos, sino que la realidad es múltiple y en su definición juegan un papel muy importante las condiciones políticas, metodológicas y teóricas del observador. Hoy día hablamos de modelos científicos y de múltiples accesos a la realidad a través de la interpretación más que de realidad última y verdad primera. Esto ha impactado directamente también a la consideración tradicional del psicoanálisis como veremos más adelante.

Posmodernidad en su sentido más general indica dos posiciones principales: a) el fin de una época, la modernidad, que se manifiesta en la transformación de las posiciones sociales, culturales, antropológicas y políticas derivados de un proceso de más de tres siglos que lo gestaron; b) señala no un acabamiento, sino una continuidad del proyecto de la modernidad que se encuentra en crisis, pero asimilado con nuevos modos globales de representarse el mundo y las prácticas. Estas posiciones generales han sido defendidas por autores como Lyotard, Vattimo, Habermas, Apel, Rorty, entre otros que asumen alguna de las posiciones mencionadas o un camino intermedio. Cabe señalar que estas posiciones han sido desarrolladas en países europeos principalmente y con otra consideración en países anglosajones. Considero que estas lecturas del fenómeno se han importado a la manera de entender nuestros contextos latinoamericanos no siempre del modo más adecuado, pues obvian situaciones culturales tan particulares como las de nuestros países.

Para terminar de introducir origen y características de lo que llamamos posmodernidad, menciono que ésta se encuentra íntimamente ligada al fenómeno de la globalización o mundialización, que consiste según Anthony Giddens: “en un proceso iniciado en el seno de la modernidad del siglo XVII y fraguado en el entrante siglo XX, bajo las características de condiciones de existencia que debido a la celeridad con la que las condiciones existentes se transforman debido a la interconexión que ha eliminado las barreras de comunicación entre las distintas regiones del mundo y por la naturaleza intrínseca de las instituciones modernas.”

Hasta aquí aparecen emparejados dos fenómenos que parecerían responder a dinámicas distintas. Por una parte, la posmodernidad que puede caracterizarse más en términos de novedad, discontinuidad, rompimiento de las tradiciones y cosmovisiones. Por otra parte, la globalización que deriva en dinámicas de integración global, de reunión de las diferencias, de universalización de una política democrática y de una homologación de los mercados.

¿Hablamos de dos direcciones distintas? Yo diría que hablamos de procesos complejos que ahora se encuentran entrelazados a través procesos económicos encarnados en el mercado global y que llevan a cabo funciones que rebasan lo meramente económico para establecerse como sustitutos y recursos de integración ante las imágenes discontinuas, variadas, rotas y vertiginosas producidas por el fin de una imagen estática y progresiva de la realidad. Ante dicha imagen rota surgen diversos procesos de construcción de los sujetos. ¿A qué me refiero? Se va diluyendo el hablar de géneros sexuales y se escucha más el término “roles sexuales”. Ya no hablamos de sexualidad sino de sexualidades. No hablamos de identidad cultural o nacional sino de múltiples identidades. No es posible hablar ya de cultura universal sino de culturas. Ya no hablamos de parentesco, sino de estilos y tipos de parentesco. No hablamos más de psicoanálisis, sino de “las corrientes en psicoanálisis”, etc.

Podríamos enumerar múltiples ejemplos como los anteriores en diversos órdenes de la vida humana, en donde se observan rompimientos de categorías tradicionales y se aboga por lo

heterogéneo. Es decir, lo que antaño se consideraba cosa de la naturaleza (géneros, costumbres, finalidades de la vida, tradiciones) se observan ahora como posibilidades y opciones que pueden producirse mediante la decisión de los sujetos y la transformación de los discursos. Se modifica la imagen de un mundo dado y se accede a la imagen de un mundo construido, hecho a la medida de los múltiples intereses donde ya no existe una naturaleza humana definida sino una interpretación de ella.

Hasta lo anterior ensayamos una descripción de los procesos de rompimiento y de afirmación de lo nuevo y lo diverso, pero ¿cómo pueden describirse las condiciones posmodernas y de la globalización en la construcción de los sujetos actuales? Me gustaría rescatar nuevamente las notas que definen a cada dirección y dirigirlas a una descripción de la construcción de los sujetos en la época actual:

a. En cuanto a la descripción de la posmodernidad se nos sugiere un sujeto construido desde la novedad-discontinuidad, en rompimiento de las tradiciones y cosmovisiones heredadas, con múltiples identidades sociales, incluso particulares (multidentidades y heterogeneidad de la subjetividad). Referimos un sujeto que apuesta por la centralidad de su subjetividad y con ello desarrolla una apología de lo individual, que se acompaña por un debilitamiento de lo comunitario. Como resultado tenemos una constitución narcisista, emparejada a una sensación de atrapamiento en el espejo de la propia imagen y una profunda insatisfacción ante la incertidumbre de lo que la vida debería ser.

En este sitio autores han comenzado a hablar de la clínica del vacío, haciendo alusión a trastornos identificados con la discontinuidad y la no realización de las identidades. Las razones de esto pueden ser variadas, pero se encuentran íntimamente relacionadas con las transformaciones efectuadas en los modelos de relación en la primera infancia. Se ha desdibujado una imagen clara de lo que sea un padre y una madre y sobre lo que se puede esperar afectiva y emocionalmente de cada uno. Se han multiplicado los estilos de apego que aparecen ahora menos coherentes y más desorganizados, menos fuertes y más discontinuos, lo que determina una constitución de los sujetos más experimentada en la incertidumbre y más ligada a imágenes de vacío, de lo que no hay, de lo que faltó.

Se habla de una clínica de los trastornos narcisistas: al considerar las consultas comunes de sujetos que se experimentan imposibilitados para establecer relaciones simétricas y profundas, donde la intimidad afectiva y sexual están ausentes, pero acompañadas de imágenes grandiosas del sí mismo. La centralidad de la subjetividad, la poca integración de lo comunitario y la concepción individualista de los sujetos que nos ha delegado la posmodernidad puede explicarnos estas condiciones. Aquí nos resuena la frase del atrapamiento en el espejo de la propia imagen.

b. En cuanto a la descripción de la globalización se nos sugiere un sujeto construido desde la necesidad de integrar lo diverso, de reunir las múltiples y confusas diferencias. Un sujeto construido en la simulación de una política democrática y en la condición de ser rehén de la homologación de los mercados.

Hablamos aquí de sujetos fluidos, con deseos excitados en un movimiento frenético que no parece tener límite. Subjetividades definidas desde lo que la sociedad va dictando como pauta de moda, a partir de los bienes de consumo y la mercantilización de la imagen del sujeto feliz. Sujetos que se conciben globalizados y definidos desde las opiniones de los otros (la televisión, las redes sociales, los ideales de la sociedad capitalista), donde el trabajo de formular la propia identidad se ve cada vez más complejo. Sujetos que en función de los intereses del mercado tienen menos espacios para pensar sobre sí mismos, con menos recursos para realizar movimientos introspectivos, pues apremian el deseo de ser lo que se dicta. Sujetos que han crecido en sociedades globales donde el ritmo de la vida y del trabajo caracterizado en los servicios ha hecho desaparecer el espacio de lo familiar y se ven disparados en diversas funciones que rompen una imagen coherente de lo que sea la familia y de lo que se es en sí mismo.

Este sujeto es el que aparece en la terapia sin condiciones para pensar sobre sí, con todas las expectativas proyectadas en el terapeuta o psicoanalista bajo la demanda de que sea éste quien defina su vida. Aparece la necesidad de que un profesional dicte lo que se tiene que hacer ante la dificultad de integrar afectiva e ideacionalmente las imágenes confusas y fragmentadas de la vida. Son los sujetos que asisten a la terapia como si ésta fuera un bien de consumo. A final de cuentas este sujeto “consume” el dictado de lo que debe ser. La psicoterapia se juzga como un bien que se compra y que otorga seguridad a los propios actos, enmascarándolos de legitimidad por la mirada de otro, que se juzga profesional del ordenamiento de la vida psíquica. En medio de estas dinámicas, la psicoterapia se interpreta como una extensión de los bienes de consumo y se le atribuyen expectativas y funciones que los sujetos no experimentan en ellos mismos.

 

El psicoanálisis ante el sujeto de la posmodernidad y globalización.

Los profundos cambios que he caracterizado hasta ahora han producido diversas situaciones en la construcción del psicoanálisis como práctica y como teoría. En primer lugar, debemos recordar que el psicoanálisis como toda disciplina surgió en un contexto cultural y científico particular. Nació en el seno de un modelo “moderno” de ciencia que analogaba los procesos cerebrales y psíquicos con procesos físicos y químicos tal como se entendían a finales del siglo XIX.

El modelo moderno de ciencia estaba ligado a metodologías cuantitativas y experimentales que consideraban la mente como un objeto de investigación que debía contestar las preguntas planteadas desde un método riguroso, experimental, preciso e inequívoco. Esta metodología tenía debajo una consideración ontológica, es decir, una imagen de la realidad muy característica: la realidad, así como la mente son una y están dirigidas por las leyes inscritas en la naturaleza de las cosas. Esto derivaba también en un modelo del investigador u observador: el científico le pregunta a la naturaleza desde un sitio ascéptico, desde el cual se establecen condiciones de objetividad. El ideal era impedir la contaminación de los descubrimientos expulsando el background afecivo, social y teórico del investigador.

Pero las condiciones antes enunciadas sufrieron una radical transformación casi a mediados del siglo XX. Esta radical transformación se vio ligada a los profundos cambios socioculturales que hemos ya descrito como posmodernidad y que derivaron en las dinámicas que también describimos ya acerca de la globalización.

La consideración de una mente cerrada, de un inconsciente entendido como continente de fuerzas de pulsión destinadas a objetos sexuales, el papel del psicoanalista como observador ascéptico con rol de científico moderno, y las tipologías patológicas derivadas de lo anterior están muy lejos de los tiempos que vivimos.

Partiendo de la descripción anterior sobre el modo de construcción de los sujetos desde lo posmoderno y la globalización, observamos que asistimos no sólo a nuevas dinámicas socioculturales, sino a nuevas maneras de considerar e interpretar la realidad, la psicoterapia, la psicopatología, la práctica clínica, a los pacientes, al inconsciente. El modelo moderno de ciencia del cual se alimentó el psicoanálisis en sus primeros 50 años ha pervivido en las prácticas de las asociaciones psicoanalíticas, que cada vez se ven más confrontadas entre lo que han aprendido y las exigencias prácticas a las que la sociedad posmoderno-globalizada impone.

Un modelo cerrado de la mente, entendido como conflicto de intereses entre estructuras ligadas a leyes de la naturaleza psíquica que son inamovibles, tal como se entendió la relación entre ello, yo y super-yó, posibilitó en su tiempo un diseño de estrategias “científicas” de acceso al inconsciente. El encuadre psicoanalítico era el instrumento que posibilitaba una situación de observación “neutra” en donde se ponían de manifiesto las intenciones inconscientes que explicaban la etiología del síntoma del paciente. Eso sí, del paciente neurótico, porque parecía que esta técnica sólo podía dar de sí ante un tipo de sujeto sufriente. El psicoanalista y sus interpretaciones -bajo el cuidado de “atacar” resistencias y medir las funciones defensivas ingresaban como navaja de cirugía en las motivaciones inconscientes para descubrirlas y desmontarlas. La interpretación de la mente del analista parecía la palabra central del proceso siendo la palabra del paciente un mero fenómeno del proceso transferencial.

Ante situaciones socioculturales y científicas en cambio constante, el modelo anteriormente resultó desde hace años insuficiente. Y esto no representa una debilidad del psicoanálisis, pues toda ciencia y disciplina surge en un contexto sociocultural específico acompañada de una caducidad temporal. Cuando dicho contexto cambia, el modelo de ciencia y disciplina también lo hace. Cuando existe resistencia ante ello, surgen respuestas resistenciales que imposibilitan comunicaciones y acciones efectivas sobre las nuevas realidades.

Los sujetos y sus condiciones interpretadas desde la posmodernidad y la globalización exigen modelos heterogéneos de la mente y la inclusión de diversas ciencias y disciplinas que no existían en el momento de surgimiento del psicoanálisis. Me refiero aquí a los nuevos modelos ontológicos generados desde las teorías físicas que incluyeran el principio de relatividad e incertidumbre, la teoría de la mente compleja, los modelos sistémicos que permiten entender la complejidad de las relaciones que se encuentran fuera del individuo, las teorías feministas y su profunda interpretación sobre los roles sexuales y su implicación en la construcción de la subjetividad, los avances en las técnicas psicoterapéuticas y de acompañamiento que tanto cuestionan el encuadre psicoanalítico tradicional, las nuevas teorías de la mente que cuestionan el propio concepto de inconsciente y la integración de las neurociencias al escenario actual.

La clínica del vacío, la clínica narcisista, la clínica del déficit, la clínica del apego, etc., han surgido como respuesta a nuevas condiciones de los sujetos. Quienes llegan al consultorio ahora no son los pacientes de finales del siglo XIX ni de principios del XX. La discontinuidad de los afectos, la relativización en los modelos de relaciones sanas, los cambios en los estilos de apego exigidos por las condiciones de trabajo actuales, las exigencias del mercado y las pautas sobre lo que la gente debe ser y comprar han generado nuevos trastornos y retos para la salud mental delos nuevos sujetos: trastornos de la alimentación con un amplio contenido ideacional por alcanzar el ideal de lo que la sociedad valora (ser delgado, blanco, bello, visto por todos, valorado por la imagen), trastornos narcisistas observados en sujetos imposibilitados para la intimidad, la simetría de las relaciones y el goce de la propia existencia. Trastornos en el aparato de pensar y de sentir la vida, el contacto con los otros y la realidad del mundo que nos rodea. Trastornos en el modo de sentir y definir orientación de la vida y de su finalidad.

Además de los nuevos trastornos, sumamos las inéditas preguntas ante la inclusión de las neo-sexualidades y las dificultades en el modo de procesar la propia identidad (la teoría psicoanalítica no consideró estas nuevas identidades cuando teorizó la resolución edípica), las nuevas parentalidades (con miembros de parejas del mismo sexo o incluyendo métodos tecnológicos que no solicitan ya el modo de reproducción natural de la especie humana), es decir, ¿qué es ser padre o madre ahora? ¿Esta definición corresponde a los roles, al género, a las funciones sociales o a la naturaleza? Nuevas modalidades de trastornos psicosomáticos donde una creciente población de adolescentes y jóvenes utilizan el cuerpo como vehículo del dolor, la agresión y acción sobre la ansiedad. ¿Cómo debemos entender la relación entre el inconsciente y el cuerpo en nuestros días? La heterogeneidad y diversidad de las subjetividades ¿nos permiten hablar de inconsciente o de diversos inconscientes?

Todas las condiciones antes descritas han motivado diversas reinterpretaciones del psicoanálisis, la revisión de sus principales conceptos, el cuestionamiento de su práctica y una acción sobre la conciencia de no comprender la realidad psíquica y terapéutica sólo desde sí. Los nuevos modelos de psicoanálisis como los modelos interaccionales, intersubjetivos y hermenéuticos no representan otra cosa más que la apertura para pensar el psicoanálisis desde las otras múltiples disciplinas, sus teorías, concepciones antropológicas, sociales y metodológicas.

Esta lista amplia de disciplinas y ciencias responden a las condiciones del sujeto posmoderno debido a que ellas mismas han surgido en este contexto y desde él han intentado responder a las grandes preguntas sobre el sentido de la existencia del ser humano y sobre el modo más adecuado de entender e interpretar sus prácticas, sufrimientos, esperanzas, finalidades y males.

Lo anterior nos permite entender el profundo impacto que el psicoanálisis ha recibido de la diversidad de elementos colocados en una vorágine de relaciones que no siempre es muy clara, pero que se exige ante las necesidades del ser humano actual.

Para terminar mi exposición acerca de los efectos posmodernos y globales sobre el psicoanálisis menciono que está tomando fuerza una idea identificada como “clínica de lo particular”, según la cual se afirma que es imposible caracterizar al paciente y su situación de conflicto o trastorno desde un modo general terapéutico. Esta clínica de lo particular aboga por echar mano de los discursos, técnicas y teorías de otras disciplinas que permitan comprender con nuevas luces las dinámicas inconscientes de los sujetos, pero también de los grupos a los que pertenecen y la cultura de la cual forman parte. La clínica de lo particular no implica una concepción simple del tratamiento, sino todo lo contrario: el paciente no es una mente cerrada de la cual se puedan encontrar y descubrir leyes fijas de procesos inconscientes, acción o conducta. Cada paciente es un universo que integra dentro de sí las complejidades socioculturales que hemos descrito y que solicita intervenciones que integren los universos disciplinares y científicos nuevos. El modelo tradicional psicoanalítico no puede más con la tarea desde su torre de marfil. La posmodernidad y la globalización nos han rebasado a todos.

 

El psicoanálisis como contracultura

Con el fin de explicar el término contracultura, en un primer momento definiré qué entiendo por cultura. Señalo que existen múltiples sentidos de la palabra cultura y que la definiré en un sentido amplio, ayudándome de Gómez:

Cultura alude al sistema común de vida de un pueblo, lo que es resultado de su historia, de la adaptación entre esa población humana y el medio ambiente en que habita, y transmitido socialmente, un proceso que se va realizando mediante técnicas productivas, mediante estructuras organizativas a nivel económico, social y político, y mediante concepciones de la vida, de tipo científico, mitológico, ético, religioso […] operantes de modo consciente e inconsciente.

¿Qué entiendo por contracultura? Me refiero a intenciones que giran a contracorriente de las disposiciones estructurales de transmisión de información, de cosmovisiones y prácticas, ya sea de manera consciente o inconsciente. La contracultura puede identificarse como un programa y como un movimiento. Como programa se identifica con líneas ideológicas generales que se enfrentan de manera intencional con las premisas más características de la cultura dominante. Por ejemplo, la idea que dice: “la felicidad no se identifica con la realización de los deseos sino con la coherencia de las decisiones” se enfrenta con la siguiente idea característica de la cultura de consumo “ser feliz es poseer todo lo que deseas” Aclarando, contracultura como programa indicaría una serie de afirmaciones traducidas en ámbitos prácticos y sociales que buscan una transformación de las premisas y afirmaciones fundamentales de alguna cultura considerada, además de dominante, tóxica para la realización del grupo humano.

Contracultura como movimiento implica determinaciones conscientes o inconscientes que se encuentran inscritas en determinaciones antropológicas nuevas. Por ejemplo, en su momento el renacimiento fungió como contracultura del Medievo, el psicoanálisis como contracultura ante la hermética sociedad victoriana, el feminismo como contracultura ante la representación masculina del mundo y de sus prácticas, entre otros muchos ejemplos.

Como observamos, aquí la contracultura está enraizada en cambios profundos en el modo de concebirse y experimentarse como sujetos dentro del mundo.

¿Por qué entender al psicoanálisis como contracultura?

a. En la cultura posmoderna y globalizada existen menos espacios para pensar, para sentirse, para subjetivarse en un trabajo interior honesto, apegado a las condiciones reales de la propia historia y bajo la orientación de buscar la verdad dentro de uno mismo. Se nos ofrecen imágenes casi instantáneas y flashazos de tratamientos alternativos que alejan de las condiciones más urgentes del propio ser y del ser de los demás.

b. En cuanto programa el psicoanálisis puede ayudar a la integración y coherencia de la propia experiencia. En la sociedad posmoderna el ritmo vertiginoso de los múltiples roles que como sujetos se tienen que desarrollar durante el día hace difícil la integración de una imagen de sí mismo y obstruye una rica nutrición de la vida interior.

c. La sociedad de consumo educa los deseos para explotarlos frenéticamente al infinito, dejando como resultado personalidades vacías y experiencias de fluidez e incertidumbre. El psicoanálisis, en cambio, representa una metodología que retoma el deseo, pero con el fin de identificarlo con la historia particular y para orientarlo en las potencialidades del propio ser.

d. Diversas psicoterapias breves, más allá de su utilidad y eficacia en algunos campos, alientan algunas faltas de la sociedad actual. Hoy se piensa en la solución fácil, objetiva, inmediata y garantizada de los conflictos internos sin establecer un compromiso con el trabajo personal que es irremplazable. Me parece que estas son categorías de la cultura del consumo. El psicoanálisis como programa es una opción que va a contracorriente de lo anterior pues apuesta por una visión amplia, de conjunto, honesta, profunda y auténtica de lo que implica la resolución de los conflictos personales, familiares y socioculturales. El psicoanálisis mismo ha tomado diversos formatos en psicoterapias de mediana duración o incluso breve. El asunto para fungir como contracultura va más allá del formato del tiempo: tiene que ver con los contenidos que se trabajan y en el modo de abordarlos. Creo que el psicoanálisis puede enriquecerse de otros formatos, pero sin estar en función de los deseos inmediatistas y sospechando, en la medida de lo posible, de cualquier forma de simulación.

Concluyo con lo que sigue: el psicoanálisis es en sí contracultura, pues ha modificado desde sus inicios el modo de concebir al ser humano en su vertiente racional, consciente y ordenada a fines socialmente aceptados. Pero considero que hace falta explotar sus condiciones de contracultura en las prácticas de la sociedad actual que empobrecen la existencia humana y fortalecen el movimiento autómata, robótico, irreflexivo e ideológico de lo peor de la sociedad de consumo. El psicoanálisis debe generar nuevas imágenes, teorías, terapéuticas y técnicas ante la fugacidad del deseo, la homologación de los estilos de vida, la rápida y pobre comprensión de fenómeno complejos como las neoparentalidades y neosexualidades, la fragmentación de las imágenes de lo real, el desvanecimiento de las relaciones profundas, duraderas y confiables, la banalización de la vida psicológica individual y social sana; es decir, el psicoanálisis como contracultura ante la tendencia de tornar como efímero el contacto humano y condenar al vacío a la vida del alma.